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Rosario de la Peña: La sombra inmortal de un Nocturno

  • anitzeld
  • 21 mar
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 24 mar


Amada, admirada y señalada, su historia se entreteje con la de aquellos que la inmortalizaron en la poesía. 




Pues bien… en el siglo XIX, con todo el sentimiento del Romanticismo, las damas de buena cuna (dirían algunos, un poco cursis) tenían un "álbum" donde sus admiradores dejaban desde poemas y declaraciones de amor hasta pequeños recuerdos para sus amadas.


Así, la famosa y bastante vituperada Rosario de la Peña tuvo en su álbum aquel poema con el que Acuña dijo adiós a la vida.


Escribió para ella:


NocturnoA Rosario


I

¡Pues bien! yo necesito



decirte que te adoro



decirte que te quiero



con todo el corazón;



que es mucho lo que sufro,



que es mucho lo que lloro,



que ya no puedo tanto 



al grito que te imploro,



te imploro y te hablo en nombre



de mi última ilusión…


Luego, se suicidó. Lo que siguió: él se volvió famoso. Nocturno es uno de los poemas más leídos y pronunciados de las letras mexicanas, el más popular. Ella, pues, pasó a la historia como la causante de la muerte de su amante. Que ni siquiera fue tal.


Carlos Germán Amézaga, periodista peruano, entrevistó a Rosario cuando ella tenía 40 años con la creencia de que había causado la muerte del poeta. Al final, Amézaga abandonó su idea:


"Si fuese una de tantas vanidosas mujeres, me empeñaría, por el contrario, con fingidas muestras de pena, en dar pábulo a esa novela de la que resulto heroína. Yo sé que para los corazones románticos no existe mayor atractivo que una pasión de trágicos efectos, cual la que atribuyen muchos a Acuña; yo sé que renuncio, incondicionalmente, con mi franqueza, a la admiración de los tontos, pero no puedo ser cómplice de un engaño que lleva trazas de perpetuarse en México y otros puntos. Es verdad que Acuña me dedicó su Nocturno antes de matarse (...) pero es verdad también que ese Nocturno ha sido un pretexto nada más de Acuña para justificar su muerte (…)


Lo cierto es que, cuando Acuña se suicidó, tenía un hijo de mes y medio con la también poeta Laura Méndez, y se ha relacionado la causa del suicidio con la hiperestesia patológica. “A nadie se culpe de mi muerte” “Nadie más que yo mismo es el culpable”.Manuel Acuña (1849–1873).


Por sí o por no, al menos se deben ambos la inmortalidad. Al amor no correspondido, al amor no declarado. Al amor impreso, a las palabras. Después de todo, correspondido o no, ¿quién no hubiera atesorado una declaración así?


Wikipedia cita que Rosario de la Peña tenía como ocupación la de musa. Cierto, si pudo inspirar a esa pléyade de poetas, cumplió con su cometido. Dícese de Rosario que era morena, de sangre española, alta y erguida; sus ojos, de un pardo oscuro, centelleaban en la cavidad de sus órbitas con la inequívoca luz de la inteligencia. Una nariz correcta, unos labios muy rojos, apretados y finos. (Entrevista de Carlos Amézaga).




En el famoso álbum de nácar de Rosario, que le obsequió Ignacio Ramírez, alias El Nigromante, y que le dedicó así: “Ara es este Álbum: esparcid, cantores, / a los pies de la diosa, incienso y flores”, escribieron, entre otros, hasta José Martí:


En ti pensaba, en tus cabellosque el mundo de la sombra envidiaría.Y puse un punto de mi vida en ellosy quise yo soñar que tú eras mía.


El Nigromante:


Cuando pasen los años, ¡oh Rosario!Si no me encierras en perpetuo olvido,así dirás con aire distraído:“Era de extravagancias un armario".


Y aquel al que ella amó, aunque nunca llegó a consolidar su amor. Vivieron: ella, rodeada de admiradores; y él, viviendo en los confines de la enfermedad.


Manuel M. Flores:


Perdóname, Rosario [...] yo no sé lo que digo, yo no sé lo que escribo [...] Es la alborada, en el día siguiente, y aún estoy en el día de ayer. He robado al sueño todas sus horas para pensar en ti. ¡Te amo, Rosario, te amo! Si un grito pudiera escribirse, tú encontrarías aquí el de mi alma: "te amo"!


Ya antes de las famosas reuniones poéticas en la casa de los De la Peña, Rosario había estado prometida al coronel Juan Espinoza y Gorostiza, quien murió trágicamente en un duelo. Rosario, la musa, nunca se casó.


Anitzel Díaz



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