El Papa Francisco será enterrado en Santa María la Mayor bajo un techo de oro y nieve
- anitzeld
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Aquí su historia
Santa María la Mayor es muchas cosas a la vez: santuario, museo, tumba, símbolo. Está viva, en el sentido más literal de la palabra.
Entre las cuatro grandes basílicas de Roma —San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor— esta última es la única que aún conserva su estructura paleocristiana. Básicamente, el esqueleto original sigue ahí, visible en la forma de la nave, las columnas, el ritmo antiguo del espacio. Es como mirar hacia atrás sin moverse del sitio.
Su aspecto actual se debe en buena parte a la revocación impulsada por el papa Benedicto XIV en 1743, cuando ordenó construir la fachada principal que vemos hoy y la casa para el clero a la izquierda, para hacerla simétrica a la que ya existía a la derecha.
Esta nueva cara de la basílica fue retratada poco después por el grabador Giuseppe Vasi, que también representó el ábside y el lateral sur en otras láminas. En tiempos de Vasi, Santa María la Mayor estaba en el límite de la ciudad habitada. Su lado norte daba a los jardines de la Villa Peretti, del papa Sixto V, donde hoy se levanta la estación Termini. Con el paso del tiempo, la zona se volvió uno de los puntos más transitados de Roma, y la iglesia quedó como una especie de glorieta monumental rodeada de coches y autobuses.
El campanario, construido en el siglo XIV, es el más alto de Roma y corona el punto más elevado del monte Esquilino, lo que lo convierte en un faro visible desde muchas partes de la ciudad. También destacan sus mosaicos medievales, especialmente los de la logia, obra de Filippo Rusuti. En ellos se representa el llamado "Milagro de la nieve", una leyenda que cuenta cómo la Virgen se le apareció en sueños al papa Liberio y a un patricio romano llamado Juan, pidiéndoles construir una iglesia en el lugar donde nevara. Y el 5 de agosto, en pleno verano romano, nevó.

Desde entonces, ese día se conmemora con una lluvia de pétalos blancos en la capilla Paulina, justo donde se guarda el famoso icono de la Salus Populi Romani, la "Salud del Pueblo Romano", el retablo viene con su leyenda. Se dice que fue pintada por san Lucas en un trozo de madera de la mesa que se utilizó en la última cena de Jesús con sus apóstoles. Considerado como milagroso en 593, el papa san Gregorio Magno lleva el santo icono por las calles de Roma para implorar el fin de la peste negra. Parece que funcionó.
Ese icono no es el único tesoro simbólico que cuelga sobre las cabezas de los fieles. El techo dorado de la nave central, encargado por el papa Alejandro VI, fue elaborado —según la tradición— con el primer oro traído de América, un regalo de los Reyes Católicos. Ese oro no solo brillaba: traía consigo el peso simbólico del Nuevo Mundo, uniendo la historia de Roma con la del continente recién descubierto.
A esta iglesia también se la conoce como Santa Maria ad Praesepe, es decir, del Pesebre, porque conserva reliquias que, según la tradición, pertenecen al pesebre donde fue acostado Jesús. Fueron traídas desde Tierra Santa durante el papado de Teodoro I, y dieron al lugar una atmósfera de Belén en medio de Roma. Por eso, además de ser uno de los destinos clave de la peregrinación a las siete iglesias, Santa María la Mayor tiene una dimensión íntima, casi doméstica, que la distingue.
El templo guarda también los restos de siete papas, y pronto se sumará uno más. El papa actual ha pedido ser enterrado aquí, cerrando un ciclo entre lo antiguo y lo nuevo, lo imperial y lo íntimo. Porque Santa María la Mayor no es solo una iglesia monumental. Es, también, una forma de contar Roma.
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