El Jardín como Refugio, Historias de Libertad y Autodescubrimiento
Cada jardín cuenta una historia, tanto del tiempo en que fue creado como de aquellos que lo habitaron.
Recuerdo que, hace tiempo, me encontré con una historia fascinante sobre una mujer que, en su tiempo, decidió vivir de manera completamente distinta a lo que dictaban las convenciones sociales. Su nombre era Catherine Jeanne Keshko, pero en el mundo de la aristocracia europea, la conocían como la princesa Ghyka, la esposa del príncipe Ghyka, aunque con una historia algo más curiosa de lo que parece a primera vista.

Jeanne, nacida en Rumanía, compró la Villa Gamberaia en 1896, un lugar en el que vivió con su amante, Florence Blood. Florence, una mujer de espíritu libre, era tanto británica como estadounidense, y su extroversión contrastaba con la naturaleza reservada de Jeanne. Florence era conocida por su arte y su presencia vibrante, mientras que Jeanne prefería pasar desapercibida, eludiendo la atención pública siempre que podía. Lo que me impresionó es cómo ambas lograron crear un refugio para ellas mismas en un mundo que no estaba dispuesto a aceptar su forma de vida. Para mí, eso fue lo más revelador de todo: Villa Gamberaia no solo fue su hogar, sino también un refugio donde pudieron encontrar su lugar sin las restricciones impuestas por la sociedad de la época.
A lo largo de más de dos décadas, las dos mujeres mejoraron los jardines de la villa, y, en lugar de simplemente vivir en ese espacio, lo convirtieron en una obra de arte. Ambas habían estudiado arte en París, y sin duda, esa formación les permitió enriquecer el entorno que las rodeaba. El jardín, suspendido sobre el valle del Arno, se convirtió en su musa. A mí me fascina la idea de cómo Gamberaia no solo fue un hogar, sino un lugar que las inspiraba a cada momento, un lugar donde la belleza no solo se encontraba en el paisaje, sino también en lo que creaban con sus manos.
Florence Blood, que era amiga de Mary y Bernard Berenson, pintaba tan bien que sus copias de Cézanne llegaron a ser confundidas con los originales por algunos coleccionistas contemporáneos. ¡Eso me dejó sin palabras! Florence era una artista a la altura de los grandes maestros, y Jeanne, aunque más tímida, también encontraba en el jardín su propio refugio creativo. Se decía que Jeanne prefería ocultarse del mundo, paseando con un velo oscuro por la ciudad para evitar ser vista. Pero lo que realmente me cautivó fue que, a pesar de su timidez, Jeanne salía al jardín por la noche, nadando en las hermosas piscinas de la villa. Ese gesto tan íntimo, tan personal, mostró cómo el jardín se convirtió en un lugar de libertad para ambas, un espacio donde podían ser ellas mismas, sin temor a los juicios de la sociedad.
De hecho, el gran historiador de arte Bernard Berenson, quien también conoció a Jeanne, la comparó con la exótica figura de Ayesha, la protagonista de She (1887) de Rider Haggard. Según Berenson, Jeanne poseía una cualidad "eterna", como si fuera una figura mítica y enigmática. En una ocasión, Iris Origo, quien visitó Gamberaia con su madre, imaginó ver una figura velada en una de las ventanas de la villa. Había escuchado historias que hablaban de la princesa Ghyka saliendo al amanecer para bañarse en las piscinas o dando paseos nocturnos, rodeada de un aura de misterio, como si fuera una reina de las hadas en su jardín encantado.
Para mí, la historia de Jeanne y Florence, y su vida en Gamberaia, simboliza algo mucho más grande: la posibilidad de encontrar, incluso en los lugares más aislados, una libertad que la sociedad no estaba dispuesta a otorgarles. Los jardines de Gamberaia no eran solo un espacio físico, sino también un reflejo de su valentía para vivir auténticamente, en un tiempo y lugar donde eso no era común. Sin duda, el jardín de Gamberaia sigue siendo un lugar en mi imaginación, un refugio de arte, amor y valentía, una obra maestra que sigue resonando más allá de los años.
Según Edith Wharton, la Gamberaia fue "probablemente el ejemplo más perfecto del arte de producir un gran efecto en una pequeña escala". El diseño ha inspirado a arquitectos paisajistas y de jardines de todo el mundo, incluidos Charles Platt, AE Hanson y Ellen Shipman en los Estados Unidos y Cecil Pinsent y Pietro Porcinai en Italia y el Reino Unido. En 2010, la Gamberaia fue elegida como modelo para el "jardín toscano RCSF", recreado en Snug Harbor, Staten Island, Nueva York.
Esta historia, de alguna manera, nos recuerda a lo que Frances Hodgson Burnett explora en The Secret Garden, un libro que reflexiona sobre cómo los jardines pueden servir como espacios de sanación y autodescubrimiento.
Burnett presenta a los jardines como un medio para la transformación interna, un espacio donde las personas pueden encontrar consuelo, reflexión y sanar tanto física como emocionalmente. Al igual que Jeanne y Florence, que crearon su propio refugio en el jardín, Burnett muestra cómo estos lugares tienen el poder de renovar el alma humana, brindando paz y serenidad. La jardinería, según Burnett, no es solo un acto de embellecimiento, sino una forma de arte, de creación personal. En este sentido, tanto la historia de Jeanne y Florence como la obra de Burnett nos invitan a entender los jardines no solo como lugares físicos, sino como escenarios donde el arte, el amor y la transformación personal florecen.
La conexión de los jardines con la historia y el arte es también evidente en las reflexiones de Burnett sobre cómo estos espacios naturales reflejan el proceso de crecimiento personal y cómo su cuidado puede ser terapéutico. En cada época, los jardines han sido testigos de los cambios culturales, reflejando los valores de la sociedad, desde los jardines de la antigua Babilonia hasta los refinados jardines franceses del siglo XVII. Cada jardín cuenta una historia, tanto del tiempo en que fue creado como de aquellos que lo habitaron.
Tanto la historia de Jeanne y Florence en la Villa Gamberaia como la reflexión profunda de Burnett sobre los jardines nos invitan a considerar estos espacios no solo como hermosos paisajes, sino como lugares poderosos de autodescubrimiento, sanación y arte. Los jardines, a lo largo de la historia, han sido mucho más que simples decoraciones; han sido refugios donde se han forjado historias de valentía, amor, creación y transformación personal.
Anitzel Díaz
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